domingo, 15 de febrero de 2009

En la desembocadura del río


Era un río de los que ya no hay...

Me costó decidirme a navegar... El agua me daba miedo, pero el río me llamaba. Llevaba cerca suya desde niño. Me fascinaba.

Podía pasar horas con mi vista perdida en su inmensidad, tan cerca de mí, pero tan lejos de mi vida. No era para mí.

Antes viajaría, jugaría con los charcos, con lagunas, con el mismo océano... El río me llamaba...

Un día, caminaba junto a su orilla, un día su canto de sirenas me hipnotizó, un día metí mis pies en su orilla.

Monte, aire, fuego, y río... Fui perdiendo el miedo, como la presa hipnotizada de la serpiente, yo me acercaba.

Ven a mí, flota en mis aguas, bebe de mí... Caminé, despacio, fascinado, hechizado. El agua hasta mis rodillas, hasta mi vientre, hasta mi pecho, hasta mi cuello. Flotaba, me sumergía, buceaba, nadaba y nadaba. El río de mi niñez ahora me embriagaba.

Invitado por la brisa, por la corriente, por la espuma, por la vida que corría, me decidí. Navegaría río arriba, río abajo. Tenía que conocer al río de mi vida.

Dejando atrás miedos y dudas, otros sueños, me embarqué. Inmenso era el río, bello, profundo, mágico, pero a veces también tenebroso. Bancos de niebla, días de tormenta, saltos de agua, a veces tranquilo como un lago, a veces bravo como el más salvaje océano. Yo cada día más enamorado de estas aguas bravas, de estas aguas vivas, cada día más dispuesto a vivir en sus aguas y a morir en ellas.

Río y lloro, risas y llantos. Corriente de la vida que me llevaba río abajo, cada vez más lejos del nacimiento. Río caprichoso, que me mantenía flotando seguro de mi destreza, y me llevaba corriente abajo.
Diría hoy que mi paso por el río, fue como una estrella fugaz, porque no había terminado de formular mi deseo, su estela había desaparecido.
Fue una noche, como no podía ser de otro modo. La luz de la luna llena se reflejaba con tanta intensidad en su negra superficie, que pensé que el cielo estaba a mis pies. Quise con tanta fuerza saltar a coger las estrellas, que de repente me hundía en el agua. Esta vez un río tranquilo, dejó que me hundiera, y cayendo hacia el fondo, levantaba mi mano hacia la superficie, transparente y nítida, dejando mi luna cada vez más lejos... Mi luna desaparecía de mis manos, y sonreía desde lo alto, ya no a mi río, ya no a mí. Sonreía a su espacio, mientras yo desaparecía en el fondo del río que un día fue mi sueño, un día mi vida, un día el causante de mi alma vacía

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